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Mapa de situación del concejo
Mapa de situación del concejo de Somiedo. Asturias.
Escudo del concejo
Escudo del concejo de Somiedo. Asturias.
Descripción
Son, amigo lector, estos breves apuntes que arduamente espigué durante unas vacaciones, una leve partecilla de la inagotable Historia popular...
La Historia, la verdadera, es la Historia que hace el pueblo, pues «la otra», la Historia clásica, salvo ya muy hermosas excepciones, generalmente es eco de problemas de carácter muy distinto, correspondientes a esferas en las que el pueblo no intervino casi nunca, y se olvida de este otro gran problema del espíritu popular, manifestado en su creencia, su pensamiento y su actuación.
Voy a hablaros del pueblo de Somiedo: aquí veréis someramente expuestas algunas de sus costumbres, de sus supersticiones, de sus mitos, y aquí veréis su alma religiosa, guía de toda su vida, abierta siempre a la fe y a lo sobrenatural. En realidad, esta es toda su historia. Es un pequeño arroyo del río inmenso del folclore con su murmullo de cantos, su colorido de ritos, el monótono y antiguo son del romance, la alegría bulliciosa de la danza... Si te asomas a su orilla verás aguas a veces reposadas brillando al sol de una fe de oro, y a veces revueltas por los errores heredados, con oscuridad de noche, pero siempre, en unas y otras, encontrarás la ingenuidad más limpia, y oirás el rumor constante del afán con que el alma de este pueblo busca la verdad de Dios.
UN PUÑADO DE CONJUROS
Contra la neblina
Cuando es la neblina espesa, los rebaños se ven acosados por el lobo. Los pastores la conjuran así para que se disipe:
Escampla, neblina,
vatche, vatchina,
comienon los tchobos
la cabra cornina;
comienon los güesos
dejanon la cecina.
Ahí va Xuan Blanco
con el perro blanco,
la mutcher desnuda,
la perra cozcorruda.
Ahí va Riaño
xurando y votando
que te va a cortar un calcaño.
Putcherinos a ferver
ya mutcheres ya homes a comer.
Contra el renubeiru
El renubeiru es un fantasma que se aparece entre la nieve y origina las tormentas. Se le conjura:
a) Sacando la pala y el «rodu» del horno y colocándolo en cruz junto a la puerta de casa.
b) Tocando una campana. (Esto en Urria.)
c) Tocando las campanas con un garrote. Una vez pasada la tormenta, este garrote se entregará al vecino próximo, y así sucesivamente. (Esto en el Valle de Lago.).
Contra las verrugas
Para que desaparezcan se recomienda tirar un puñado de sal en el fuego al tiempo que se dice, echando a correr:
Verruginas traigo,
verruginas tengo
a ti te las entrego
y yo marcho corriendo.
Se curan también metiendo un puñado de sal en una berza encontrada al azar en el camino, que luego se esconde en el agujero de una pared. O frotándolas con una berza encontrada en el camino y mojada en aguas menores de oveja.
Los conjuros infantiles
En la primavera los niños suelen hacer una especie de flautas y «roncones» con la corteza débil de las ramas del «pládano» (arce) y del fresno. Para que no se rompa —dicen—, debe cantárseles, acompañando el canto, del rito de frotación de dicha corteza con el mango de la navaja. El canto dice así:
Pin, pirineja
el rabo la coneja
conejita real
pide pa la sal,
sal menuda
pide pa la cuba,
cuba de mayo
pide pal caballo,
caballo majito
pide pa l´Obispo,
Obispo de Roma
quítate la corona
que no te la vea
la gata marrona.
En agosto se hacen también gaitas con la paja de trigo y de la avena. Aquí se las acaricia entre las manos cantando:
Gaitina, gaitona
tu padre fue a Roma
a buscar pan y borona,
el pan para mí
la borona para ti,
y si no tocas bien
el milano que te coma.
(Se la golpea suavemente canturreando):
Cómela, milano,
milano, cómela.
Temas de brujería: el mal del ojo
Contra el mal del ojo es bueno:
Cuando se trata de niños, hacerles una cruz con la boina de un adulto, o con cenizas de laurel...
Para la gente mayor se usan las «fumazas», el «filo», etc.
Una mujer fue a pedir leche a su vecina. Esta se la negó. La mujer se alejó rezongando y maldiciendo. Cuando la vecina fue a la cuadra vio que una vaca echaba sangre por las ubres. Preguntó a una persona entendida sobre el caso, la cual le respondió:
—Recoge esa leche y hiérvela en una vasija sin usar.
La dueña lo hizo así y comenzó a hervirla. No bien había empezado a hervir llegó la mujer que le había pedido la leche. Entró y sin decir nada se dirigió a la dueña:
—¿Qué tienes ahí en ese puchero?
—Nada... ¿qué voy a tener...?
La mujer alzó el grito:
—Quita ese puchero del fuego, que ahí estoy quemando yo.
Y hasta que no logró apartarlo no se fue. Es claro que era una bruja.
Una vez iban dos hermanos a buscar hierba a un prado con un carro. Pero debían pasar por la finca de una vecina, y se encontraron con ella y riñeron por culpa del paso. Ellos siguieron adelante. Y ocurrió que cuando volvían con la hierba, un toro de los del carro se dejó caer en el suelo sin querer levantarse y por más que se esfuerzan no son a conseguirlo. Entonces uno de ellos, cogiendo un instrumento de labranza, llamado vulgarmente «forcón» [bidente, especie de azada o azadón de dos dientes para manejar la hierba], va corriendo adonde está la vecina:
—Mire bien lo que hace —dijo—; si a mi toro le pasa algo, la quito de delante...
La mujer le contestó casi entrecortadamente:
—Vaya hombre, vaya... que S. Antonio lo guarde.
El toro se levantó y siguió como si nada. (Chavillas).
En Chavillas, Ramona era una vieja a quien tenían por bruja muy de temer sobre todo por su «mal ojo». Iba de casa en casa y nadie le negaba nada. Cierto día pidió a una vecina un poco de harina y ésta se la negó. A los pocos días su hija pequeña cayó enferma del mal del «filo». La llevó a la curandera, pero ésta le dijo que era tarde ya, seguramente, pues en estos casos había que andar muy pronto... «antes que prendiera la mirada».
TEMAS DE XANAS Y «ENCANTOS»
La cueva de Bocibrán
Era el señor más rico del lugar y era su hija pretendida y solicitada por cuantos la veían. Pero he aquí que ella estaba enamorada de un gañán que disgustaba hondamente a su padre y como éste no cambiase de parecer, decidió encantar a su hija y lo realizó al poco tiempo en la cueva de Bocibrán.
Mientras tanto al gañán le tocó ir al servicio del rey.
A los seis meses de haber encantado a la hija murió el padre, y al regresar el gañán se encontró con que su novia había desaparecido. Preguntó a los criados de la casa y le dijeron que la habían encantado, pero que ignoraban dónde.
Mas quiso la suerte que el día en que fue encantada hubiera por aquellas cercanías un pastor que oyó la «fórmula» que entregaban a la muchacha para poder desencantarse.
Cuando el gañán andaba por el monte oyó al pastor que cantaba:
Niña que estás encantada
en la cueva Bocibrán
te tengo desencantar yo
mañanitas de San Juan.
Se acercó al pastor y le preguntó qué era aquello que cantaba. El le dijo que estando debajo de un roble viera un señor que llegaba a encantar una hija, la cual pensaba desencantar él «mañanitas de San Juan». Pidióle el gañán que por Dios le dijera el modo de desencantarla, pues era su prometida.
—Venga Vd. —le dijo el pastor— la mañana que ya sabe. Saldrá en forma de serpiente con gran ruido y para desencantarla deberá tirarle una lanza al cuello.
Y ambos se despidieron hasta la mañana de San Juan.
No había aún salido el sol de aquella mágica mañana cuando ya estaba sentado a la puerta de la cueva el gañán. Abajo, por el valle se sentía cantar, camino de la cueva, al pastor. Por todas partes se aspiraba el rumor de un hermoso amanecer, y había como flotando en el aire todo un concierto de sortilegios y de músicas.
Apenas aparecieron las primeras luces, un gran ruido estremeció el paisaje y por entre las rocas de la cueva surgió, retorciéndose, la figura de una asquerosa culebra. El gañán, mientras su compañero se ponía en pie de un salto, empuñó la lanza y la despidió contra el reptil... Un golpe brusco. Saltó algo así como sangre, y el reptil se esfumó, convirtiéndose en una hermosa doncella.
El gañán vaciló un momento. El pastor abrió sus ojos inmensamente. Luego se oyeron unas palabras de asombro que siguieron sonando por el monte abajo...
En el suelo aún temblaba la lanza clavada entre las rocas.
La cueva de la Xana
Hacía días que en la cueva se oían voces y cánticos. Juan el brañero se asomó... En la hondura profunda de las sombras, un continuo temblor de ecos... Se internó unos pasos y escuchó. Salió luego, cogió sus marmitas y se deslizó monte bajo. Al llegar al pueblo, encontró una mujer, desconocida y vieja.
—Mañana —le dijo ésta, como dándole una orden— llevarás este bollo a la cueva de la Xana.
Y sus añosas manos dejaron en las de Juan un hermoso bollo de cuatro cuernos. La mujer continuó:
—Para que la xana te escuche le gritarás así: «Xana, xana, sal a la puerta que tu madre te llama».
Vaciló un momento el brañero, luego metió el bollo en el zurrón, miró a la mujer que aguardaba con las manos envueltas en el viejo mandil que traía, y echó a andar.
Al llegar a casa su mujer notó el zurrón más lleno que de costumbre...
—Chacha —dijo Juan—, cuidado con tocar aquí.
Y colgó el zurrón a los pies de la cama. Anocheció. Picada por la curiosidad, la Chacha se acercó al zurrón, lo examinó, lo abrió, sacó el bollo de cuatro cuernos y casi irresistiblemente le arrancó uno. El bollo empezó a sangrar. Ella, azorada, sin saber qué hacer, volvió a colocar el cuerno sobre la «herida», con lo que cesó la sangre.
Llegada la mañana, Juan cogió el zurrón sin mirarlo apenas y tomó el sendero camino de la braña donde debía realizar el «desencanto». Llega a la cueva y avanza por su entrada. Le temblaban las piernas y en el aire escuchó músicas, percibió aromas y adivinó sortilegios.
Gritó fuerte:
—¡Xana, sal a la puerta...!
Y esperó. Las músicas cesaron. En la cueva percibió el tintineo del agua y llegó a él, desde el valle, el balar de las ovejas...
Volvió a gritar y continuó el silencio. E iba ya a dar la vuelta cuando oyó en lo profundo de la cueva la melancólica voz de la joven encantada:
—Espera, Juan, que allá voy...
Se sentía a lo lejos el descompasado caminar de un caballo que al cabo aparecía... Era blanco, admirablemente blanco, y se detuvo ante Juan. ¡Ay!, le faltaba una pata. La Xana que lo montaba, mujer de extraordinaria hermosura, díjole a Juan tristemente:
—Por culpa de tu esposa no has podido desencantarme. Le ha quitado un cuerno al bollo (la pata que ves de menos en mi caballo), con lo que seguiré aquí encantada para siempre...
Bajó su rubia cabeza. Sacó de su seno un lazo y se lo entregó:
—Toma, para que se lo pongas a tu mujer.
Dio la vuelta a su caballo y poco a poco, entre el descompasado martillear de un paso lento y el misterio de las sombras atiborradas de tristezas, se hundieron en la lejanía el caballo blanco y la joven encantada.
Juan cogió el lazo nerviosamente y echó a andar hacia su casa. Cansado por todo aquello se sentó junto a una fuente a descansar. Al intentar beber, después de haber mirado y remirado el lazo, lo colocó en un árbol para no mancharlo, y fue inmensa su sorpresa cuando vio saltar el árbol de raíz y huir pradera arriba hasta desaparecer por la boca de la cueva donde había dejado a la joven encantada para siempre.
Atónito, sin saber qué hacer, exclamó:
—Chacha, ¡lo que te hubiera pasado por curiosa...!
Y se echó senda abajo...
Seguía sonando en el valle el tintineo de las esquilas y el rumor del riachuelo...
La moza que se transforma
Un criado que iba al monte todos los días con las vacas veía junto a una fuente una «moza» peinándose con un peine de oro. Cuando se le acercaba para hablarle la joven se convertía en una serpiente y desaparecía.
Cansado el criado, un día le dio voces desde lejos preguntándole por qué se escondía. Ella le respondió que estaba encantada y no podía esperar a nadie...
—¿Y cómo podría desencantarte? —volvió a vocear el criado.
—Espera —le dijo ella— que esta culebra que sale de la fuente te lama la cara.
Se acercó a la fuente el mozo. Salió la culebra (la joven había desaparecido), y empezó a subirle, enroscada a su cuerpo, muy despacio. Al llegarle a la cara no se pudo contener y dio un grito de asco y de terror. El reptil se desenroscó con toda rapidez y se precipitó en la fuente. En el momento se dejó oír una voz que decía:
—¡Maldito tú que me has metido siete «estados» más abajo!
Y quedó para siempre encantada.
La xana de La Fana
Antes se decía que en «La Fana» de Pigüeña había habido una «moza» encantada. Con el tiempo, el pastor que frecuentaba el lugar logró entablar conversación con ella. Unos días comían la merienda del uno y otros la del otro. Y habló el pastor con ella, pero sin atreverse a preguntarle nada. Ella le dijo una vez:
—Mañana voy a pasar montada en un arca; si quieres hacerme feliz desencantándome, deberás tirarme un calcetín de lana. Luego te daré un peine, del que cada vez que lo uses caerán doblones de oro sobre tus rodillas; si no me lo tiras, yo me encargaré de hacerte desgraciado.
Dijo y desapareció entre la espesura.
Al día siguiente por la mañana (era ésta la mañana de San Juan), el pastor fue al lugar de la cita. Al poco rato ve venir sobre el arca a la muchacha por el aire. Estuvo con las manos sobre las abarcas, para quitarse el calcetín, pero el miedo y el estupor se apoderaron de él.
La joven agitó nerviosamente los brazos..., y tendióle las manos..., sacudió con desesperación su ondulante cabellera y se perdió tras la loma entre un estrepitoso vocear...
En el aire quedó flotando una maldición...
Dicen que en la casa del pastor desde aquel día anidó la discordia y que hasta su muerte no tuvo ni un día feliz. En una «fana» [algo así como una hondonada, un terreno escabroso...] próxima al suceso, siempre que hay tormentas se escuchan grandes ruidos, desprendiéndose piedras con harta frecuencia. Dice la leyenda que es efecto de la maldición de la xana allí encantada.
Lagos del Páramo
Se veía muy a menudo junto al Tchau Redondo (Lago Redondo) una mujer con un niño. Un día se juntaron los brañeros y valiéndose de un caballo blanco, sobre el que colocaron un pellejo de vino con la pez al exterior, lograron coger al niño, aficionado a montar. No lo bajaron hasta Pigüeña.
Un día llegó una brañera del Páramo diciendo que oyera a una mujer por Los Lagos que gritaba:
—¡Barrabasín... ven...!
El niño salió de su acostumbrada mudez y dijo:
—Ye mía mai que tchora por mí.
Y desapareció.
Desde entonces ni se volvió a ver más al niño ni a oír a la mujer.
La Noche de San Juan
En la Noche de San Juan quedan las flores benditas hasta el día de San Pedro. En ella, florece el helecho y el que esa noche logre coger una de sus flores alcanzará la felicidad.
Al amanecer salen aún muchos vecinos a beber en las fuentes y se lavan, arrancando después los «galanes» (flores que nacen al pie de las mismas). Juntamente con ramos de saúco, adornaban los bajos aleros de las casas, que por su típica construcción se prestaban para ello. (El arbusto llamado aquí «fisga» sustituía a la teja casi siempre).
La de San Juan es la noche en que salen los encantos y se realizan los «desencantamientos». El rocío de esta noche recogido en la «colada» es la materia prima de los collares de los encantos y xanas.
Al amanecer sacan las mejores prendas de casa para que en el rocío reciban la bendición de la noche.
En Urria hay una fuente alrededor de la cual alguien vio ropa tendida. Algunos años —dicen—, sale espuma como de lavar dentro, o hacer la colada. Es cosa de los encantos.
También esta noche aparecen las cancillas desquiciadas, los carros en el río, los asnos atados junto al pie de una fuente o en un camino, las ventanas de las «mozas» engalanadas con el ramo, etc.
En Perlunes se celebra la llegada de la aurora con el baile típico de los vaqueiros llamado el «careao».
LOS PRESAGIOS DE MUERTE
El Huercu
Nos cuenta María la de Clavillas que en San Martín de Ondes un hombre vio a su vecino regando en un prado. Al regresar al pueblo se encontró con el vecino de nuevo. Asombrado le preguntó por dónde había regresado tan pronto de regar. A lo que aquél respondió que no había estado regando en ninguna parte. En todo caso —dijo— sería el Huerco.
Al día siguiente murió.
Un muchacho de Clavillas vio u oyó a su hermano ausente en casa una noche. A los pocos días le avisan que había muerto. Era el Huerco.
María ve a su hermana que aventaba trigo en la escalera de la panera. Marcha luego y la encuentra de nuevo en el camino. Asustada vuelve a casa, pero su hermana seguía en la panera. Consultó el caso con el señor cura, que le dijo avisara a su hermana para que oyera una misa con toda devoción, pues pronto dejaría este mundo. A los pocos días murió de repente.
El monte de Las Cerezales
Nunca se les veía por la iglesia. Tres hombres que parecían tres demonios tanto en su trato como en su conversación.
Un buen día llegó a casa de uno, donde solían tener sus reuniones, un extraño personaje. Pidió permiso para entrar. Le abrieron y el hombrecillo aquel subió casi corriendo las escaleras y se sentó en el escaño. Su fino sombrero de copa rodaba rápidamente en sus manos mientras hablaba...
—He oído decir que ustedes son masones, que se encuentran en un gran apuro económico y que tienen planeado marcharse. Pues, si gustan, yo les sacaré del aprieto con ciertas condiciones.
—¡Bravo!, dijo uno, con tal que no nos cueste la pelleja.
—Nada de eso —respondió el hombrecillo—, sólo os pido que tal día, a tal hora, me esperéis en el monte de Las Cerezales con un hombre a mi disposición, es decir, para mis servicios.
Dudaron unos momentos... El hombrecillo, nervioso, hacía girar más rápidamente aun el sombrero entre sus manos. Al fin le dijeron:
—Pues no hay inconveniente, ¿pero qué nos va a dar?
—Lo que me pidáis... —respondió.
—Un carro de oro... —dijo el más viejo.
Y todos se quedaron mirando de hito en hito al hombrecillo. Les sorprendió su respuesta:
—No hay ningún inconveniente. —Y sonreía.
—Oye, y tanto oro, ¿dónde lo encontrarás?
—¡Bah¡ ¡En el fondo del mar hay oro para hacer un mundo!
Se levantó. Sus ojos brillaron como dos centellas...
—Bueno, ¿es lo convenido?
—Desde luego —le contestaron a una.
Rió afablemente enseñando blanca y apretada dentadura, y con una reverencia los despidió, saliendo de la casa tan súbitamente como había entrado.
Es el monte de Las Cerezales un paraje solitario en varios kilómetros a la redonda. En frente se tienden sobre la ladera del monte los lagos del Páramo, centro de mil leyendas populares.
La noche llegaba por el valle cargada de silencios.
Cinco hombres caminaban senda arriba. Uno, que parecía el mandamás, daba de vez en cuando órdenes:
—Tú, Antonio, no vayas preocupado, a nosotros nos dijo que lo pasarías bien... Además era un hombre de dineros. Usted, señor cura, cuando llegue el carro le arroja encima la estola, pues ése es el modo de hacernos con algo...
El señor cura sin comprender casi, caminaba ensombrecido. Así poco a poco llegaron al lugar de la cita.
No bien se habían sentado cuando se dibujó en el cielo la quebrada línea de un rayo y casi instantáneamente estalló un trueno que dividió en pedazos el espeso silencio de la noche... Y otro trueno después y otro después, y finalmente se oyó un griterío infernal... Y sobre la loma apareció el resplandeciente carro de oro, arrastrado por unos bueyes que echaban llamaradas por las narices. A su alrededor una humareda de intenso olor a azufre, y como colgando por entre las densas nubes del infernal incienso hombres cobrizos que eran quienes gritaban.
Entre los paisanos sonó un grito de horror... El sacerdote, libre ya del estupor de los primeros instantes, trazó una bendición en el aire, y todo, como por encanto, desapareció... ¡El diablo!... ¡El diablo!... Era su frase temblorosa...
En la lejanía, cada vez más apagado, se oía el último rechinar del carro como una nota horrísona, cuyo eco taladraba el alma.
Volvieron rápidamente al pueblo. No se atrevieron a contarle nada a nadie, pero desde entonces su vida cambió completamente. Antonio estuvo a punto de enloquecer. Y dicen que estando un día los tres reunidos se les apareció de nuevo el hombrecillo... regañó sus blancos y apretados dientes y huyó gritándoles:
—¡Cobardes... más que cobardes!
La misa del muerto
En la iglesia se oían hacía tiempo muchos ruidos. Un vecino animado por los demás fue a ver lo que sucedía. Entró en ella... y vio salir un hombre de la sacristía arrastrando cadenas. Este le miró y le dijo:
—No tengas miedo, ¿sabes ayudar a Misa?
—Sí —le contestó.
—¿Y tendrás valor para ayudarme a mí?
—¡Pues claro que lo tengo...!
—Entonces, ven y ayúdame, pero no mires durante la Misa para atrás, pase lo que pase.
Empezada la Misa, comenzaron a sonar los grandes ruidos, acompañados de fuertes golpes al ayudante, que los soportó pacientemente. Una vez terminada, el sacerdote desapareció en forma de paloma blanca.
El pecado del cambio de mojón
Un sastre que trabajaba en el pueblo de Valcárcel se decidió una noche a ir a su casa de La Bustariega. Algunos vecinos trataron de hacerle desistir.
—¡No vayas, que por La Senra en las noches pasadas se quejaba alguien!
El sastre era completamente escéptico en lo que se refería a patrañas de viejas; se marchó. Al llegar a La Senra empezaron, en efecto, a sonar quejas; le habían dicho la verdad. No se inmutó lo más mínimo y siguió su camino; pero advirtió que las quejas le seguían y vio una sombra tras él. Acortó el paso, y cuando lo sintió casi a su espalda trazó un círculo en el suelo con las tijeras y en el medio hizo una cruz. Vuelto hacia la sombra y quejas, voceó:
—¡Si eres cristiano, habla, y si vienes del infierno, aquí tienes la cruz!
—No te asustes, hombre —respondió una voz tristísima—. Soy fulano. Vete y di a mi hermano que vuelva a su sitio el mojón de tal tierra, pues por yo haberlo cambiado no puedo entrar en el cielo.
El sastre lo hizo así y desde aquella noche no se volvieron a oír más las quejas en La Senra.
La Fana del Señor
En La Riera se refiere que quisieron dos rapaces burlarse del señor cura, que no les dejaba entrar en su huerto a las peras.
Estaban en dicha «fana» cuidando ovejas, y uno se hizo el moribundo y el otro fue a llamar al señor cura para que le llevara los Sacramentos. Tardaron en llegar algún tiempo, y cuando llegaron el rapaz yacía con la cabeza sobre el brazo en posición de dormir. Le tocaron y estaba frío. Había muerto. En memoria del hecho le quedó al lugar el nombre de la Fana del Señor.
La Santa Compaña
Es esta la famosa procesión de almas en pena —la «gente buena» que se la llama también—; solían «aparecerse» antiguamente, llevando luces. Iban a buscar al enfermo que moría. Si llevaban andas era para que el sacerdote diera la vuelta, pues ya el moribundo había muerto, no podía llegar a tiempo.
El alma del difunto ha de acompañar a la «gente buena» a todas partes, y se dice que tal procesión desapareció con La Sacramental (Fiesta del Corpus).
En otros tiempos cuentan también que se veían con mucha frecuencia tales procesiones que llevaban los sacramentos al moribundo, cuando no había sacerdote vivo que pudiera hacerlo. En ellas se veían sacerdotes difuntos revestidos de sobrepelliz, con sacristán, y se oía «el tilín de la campana del monago...».
(Recogido, como la mayor parte de los casos relacionados con los muertos, en Pola de Somiedo de la familia Félix Marrón.)
DE COSTUMBRES
El noviazgo
—Antiguamente —nos dice María la de Félix—, los mozos cortejaban por medio de coplas dialogadas cuya letra era improvisada con frecuencia. Hoy apenas se conoce esta costumbre. De ella sirva como ejemplo el fragmento siguiente:
EL:
—Ayer fui a la fuente,
tabes cantando
y hoy que vengo por verte
estás llorando.
Dime por qué estás triste
y afligida
dime por qué suspiras,
prenda querida.
ELLA:
—Suspiro por amores
que yo he tenido,
amores que me quisieron
y yo he querido.
EL:
—Amores que tú tienes
y estás teniendo.
ELLA:
—¿Por qué no vienes a verme
cuando te espero?
Bien sé que tienes otra
que te enamora
y a mí me dejas sola
llora que llora..., etc., etc.
La melodía de estas coplas así como la de los romances alcanza a veces una delicadeza exquisita. Al par que estas notas he recogido varias melodías (unas cien), de las que la mayor parte no he visto en ningún cancionero, y es lástima que se pierda en nuestro folclore un aspecto tan interesante como el musical.
La ronda
Días de ronda: miércoles y sábados. Los martes rondan los baluartes, esto es, los tontos; los lunes, los viudos.
En estas rondas era cuando se asaltaban las «otcheras», olleras, depósitos de piedra colocados junto a las fuentes, en los que se guardaban las «otchas», ollas, de la leche, que debía ser desnatada. Decía una mujer cuyas ollas habían desaparecido.
—¡Tchevánonme otcha, ya metchu (paño colador), ya tchapa... ya todo!
La boda
Entre los vaqueiros existe la boda típica con séquito de caballos enjaezados, ritual de petición, etc. No la recogemos aquí, pues las costumbres vaqueiras forman grupo aparte de las aquí descritas.
Dos ejemplos de copla en la boda corriente:
—
—L´anillo que te pusieron
n´l dedo del corazón,
ese es el que a ti te apresa
de toda tu diversión.
—Salga la señora suegra
a recibir la casada;
recíbala con cariño
que se la sueñan muy mala.
A cuenta del novio corre la «botada» (el vino) y el «carneiro». La novia debe poner la casa y la comida.
Para hacer «el convenio» se derrama un caldero de agua en la cocina de la novia, con lo que queda realizado «ipso facto». Como es de suponer tiene algunas variantes.
Del mayorazgo
El hijo mayor queda en casa. Los demás hermanos han de salir a buscar trabajo. El mayor tiene también prerrogativas en la herencia.
La cencerrada
Consiste la cencerrada en la consabida «tocata» de «tchuecas» (esquilones), cascabeles y demás instrumentos de cuero y de madera (no son tambores, precisamente), que se usan por Carnaval. «Se corre» cuando se casan viudos. A éstos los suelen meter representados en peleles en un carro del país y pasearlos cantándoles coplas:
Julianina, Julianina,
nun te cases con «El Blanco»
que el maíz de «La Pinietcha»
comiólo todo el melandro.
O ésta:
Si los demonios supieran
que Juliana se casaba
subirían del infierno
a tocar la cencerrada.
De estas coplas hay una verdadera «literatura» de todos los colores... pero siempre satirizantes, que crean a los novios verdaderos conflictos. En todos los pueblos suele haber una persona que «coplea bien».
Los pitones
Son una antigua tradición desaparecida poco ha. Un vecino llevaba cada semana un gran «pan de las ánimas». Cada semana lo llevaba un vecino distinto. Se partía en trocitos llamados «pitones» (en León se llaman «pedazas»), y se daban a cada fiel al terminar la misa al tiempo de salir. El que lo reciba rezaba un «Padrenuestro» por las ánimas acompañando al bocado. Se bendecía al Ofertorio.
Jueves Santo
En las Tinieblas se rompían a golpes sobre el pavimento de la iglesia varas de chopo primero, luego de acebo. Por el hecho de ser rotas en tal ocasión quedaban benditas, y servían más tarde para hacer las «fumazas» de que se habla en otro lugar. Poniéndolas en cruz sobre el corral, ahuyentaban las tempestades.
Ese día no se molía: se decía que saldría sangre en vez de harina. Se le creía respetado incluso por los irracionales, y así las gallinas, si estaban incubando durante esa época, ese día abandonaban el nido hasta el siguiente.
El torrezno
La matanza del cerdo envuelve curiosos ritos de lejana tradición: verbigracia, la comida que se da después de colgarlo en canal, el agitar la sangre para que no se coagule, que éste sea oficio exclusivo de las mujeres, etc. Tiene en la matanza particular interés por relacionarse con el «antroxiu» (carnaval), costumbre primitivamente religiosa pagana, el reparto del «torrezno» cuando llega el Carnaval y consiste en un trozo de tocino que se da a los más pobres del pueblo para que se «antroxien».
Un plato de Navidad: el «escaldao»
Sopa de Navidad hecha de pan, vino, azúcar y manteca para mejor guardar la vigilia de la misa del Gallo. Esa noche se iba a buscar un carro de leña para el párroco.
En Clavillas antes del «escaldao» se solían comer castañas cocidas con caldo de grasa.
Para amasar el pan se dice así:
Un Padrenuestro a San Florián
que nos saque bueno el pan.
Hay otras jaculatorias al Santísimo Sacramento y a la Virgen. Y con todas se reza en Padrenuestro.
El día de Carnaval
Se celebra en casi todas las familias la «freixulada». Los frisuelos se hacen con harina, leche y huevos, y la pasta que resulta, más bien fluida, se fríe en aceite. Para ello se coge con una cuchara y se va echando sobre el aceite, como si fuera un hilo que se trenza casi hasta tapizar el fondo de la sartén. En otras partes los hacen a modo de tortillas.
El ramo de la fiesta
Este ramo es un cono truncado de madera con un mango en la parte inferior para llevarlo a las procesiones. El cono se cubre con un mantel; en la base superior se prenden dos «roscas» [de pan] grandes, engalanadas con dos cintas de seda (una se regala al señor cura y la otra se rifa). Sobresaliendo de en medio de ellas va el «ramo» de flores. Las demás «roscas» se colocan alrededor del cono cubriéndolas con una servilleta, cosido todo al mantel. Estas rocas más pequeñas y de diversas formas se subastan al salir de Misa.
El Galán es el que «tira» por el ramo. Tiene la obligación de convidar a las «Mayas», muchachas encargadas de engalanarlo, y al acabar de hacerlo se tira un volador para que la gente sepa que sale. —¡Ahí, salen las «Mayas»!—. Estas acompañan al gaitero y al galán, y allí va el coro también. Las coplas religiosas a veces se pasan a otro campo menos caritativo...:
Galán, ten por ´l ramo
non suceda lo que antano
que tropezou el galán n´un cueto
ya caíu n´un tchampano.
En Arbellales se celebra desde muy antiguo la fiesta de la Virgen de los Dolores. Llevan tres ramos y los ofrecen antes de entrar en la iglesia. Al salir de misa dan gracias y bailan baile suelto con algún familiar. La letra de uno de esos bailes es la siguiente:
Virgen de los Dolores
con toa el alma te queremos
y con toda la arrogancia
este ramo te ofrecemos.
La manteca y la harina para hacer los ramos se pide unos días antes por el pueblo. Al salir de la iglesia, el mayordomo de «La Santa» pide, voceando, las limosnas: «¡Devotos de la Virgen de los Dolores...!».
Acto seguido se subasta el ramo.
En la danza empiezan a bailar las mozas, luego entran al ruedo los mozos, pero de tal forma que la preferida de cada uno quede a su derecha. A veces la de la izquierda se tiene por despreciada. Todo esto va acompañado de la letra improvisada para el caso, acoplada a la música (el «son») de la danza, que suele empezar con la siguiente «cuarteta»:
Salí, mozos, a la danza
que las mozas danzan solas;
nun tengáis por las paredes
que esas tiénense etchas solas.
En la jota la vuelta que da el mozo debe ser acompañada simultáneamente por la de la moza. En el caso contrario, que le diera la espalda el mozo a la moza, sería un desprecio. Me aseguró un bailarín que la moza en este caso queda, en cierto sentido, «deshonrada». De ahí la suma destreza de las buenas bailadoras.
Todos estos bailes, que juntamente con los romances recogidos en este concejo saldrán en otra ocasión, suelen ejecutarse al salir de Misa en los días de fiesta. Hoy esta costumbre, lo mismo que gran parte del folclore, está llamada a desaparecer. El acompañamiento de la flauta, la gaita, el tambor, etc., dan un tono de jovialidad en los días de fiesta a la aldea, destacándose las bonitas voces de las que cantan al son de panderetas y de castañuelas en repiqueteo.
NOTA:
(*) En el Boletín del Real Instituto de Estudios Asturianos (BIDEA) nº 37, aparece otro artículo suyo titulado Romances de la tierra somedana. En el propio Instituto (Plaza Porlier, 9 - Oviedo. Tfno. 985 21 64 54) y en la Biblioteca Pública de Asturias (Plaza Daoíz y Velarde, 11, El Fontán - Oviedo. Tfno. 985 20 46 45) se puede consultar este y cualquier otro boletín.
José Manuel Feito AlvarezEl monte de Las Cerezales
Nunca se les veía por la iglesia. Tres hombres que parecían tres demonios tanto en su trato como en su conversación.
Un buen día llegó a casa de uno, donde solían tener sus reuniones, un extraño personaje. Pidió permiso para entrar. Le abrieron y el hombrecillo aquel subió casi corriendo las escaleras y se sentó en el escaño. Su fino sombrero de copa rodaba rápidamente en sus manos mientras hablaba...
—He oído decir que ustedes son masones, que se encuentran en un gran apuro económico y que tienen planeado marcharse. Pues, si gustan, yo les sacaré del aprieto con ciertas condiciones.
—¡Bravo!, dijo uno, con tal que no nos cueste la pelleja.
—Nada de eso —respondió el hombrecillo—, sólo os pido que tal día, a tal hora, me esperéis en el monte de Las Cerezales con un hombre a mi disposición, es decir, para mis servicios.
Dudaron unos momentos... El hombrecillo, nervioso, hacía girar más rápidamente aun el sombrero entre sus manos. Al fin le dijeron:
—Pues no hay inconveniente, ¿pero qué nos va a dar?
—Lo que me pidáis... —respondió.
—Un carro de oro... —dijo el más viejo.
Y todos se quedaron mirando de hito en hito al hombrecillo. Les sorprendió su respuesta:
—No hay ningún inconveniente. —Y sonreía.
—Oye, y tanto oro, ¿dónde lo encontrarás?
—¡Bah¡ ¡En el fondo del mar hay oro para hacer un mundo!
Se levantó. Sus ojos brillaron como dos centellas...
—Bueno, ¿es lo convenido?
—Desde luego —le contestaron a una.
Rió afablemente enseñando blanca y apretada dentadura, y con una reverencia los despidió, saliendo de la casa tan súbitamente como había entrado.
Es el monte de Las Cerezales un paraje solitario en varios kilómetros a la redonda. En frente se tienden sobre la ladera del monte los lagos del Páramo, centro de mil leyendas populares.
La noche llegaba por el valle cargada de silencios.
Cinco hombres caminaban senda arriba. Uno, que parecía el mandamás, daba de vez en cuando órdenes:
—Tú, Antonio, no vayas preocupado, a nosotros nos dijo que lo pasarías bien... Además era un hombre de dineros. Usted, señor cura, cuando llegue el carro le arroja encima la estola, pues ése es el modo de hacernos con algo...
El señor cura sin comprender casi, caminaba ensombrecido. Así poco a poco llegaron al lugar de la cita.
No bien se habían sentado cuando se dibujó en el cielo la quebrada línea de un rayo y casi instantáneamente estalló un trueno que dividió en pedazos el espeso silencio de la noche... Y otro trueno después y otro después, y finalmente se oyó un griterío infernal... Y sobre la loma apareció el resplandeciente carro de oro, arrastrado por unos bueyes que echaban llamaradas por las narices. A su alrededor una humareda de intenso olor a azufre, y como colgando por entre las densas nubes del infernal incienso hombres cobrizos que eran quienes gritaban.
Entre los paisanos sonó un grito de horror... El sacerdote, libre ya del estupor de los primeros instantes, trazó una bendición en el aire, y todo, como por encanto, desapareció... ¡El diablo!... ¡El diablo!... Era su frase temblorosa...
En la lejanía, cada vez más apagado, se oía el último rechinar del carro como una nota horrísona, cuyo eco taladraba el alma.
Volvieron rápidamente al pueblo. No se atrevieron a contarle nada a nadie, pero desde entonces su vida cambió completamente. Antonio estuvo a punto de enloquecer. Y dicen que estando un día los tres reunidos se les apareció de nuevo el hombrecillo... regañó sus blancos y apretados dientes y huyó gritándoles:
—¡Cobardes... más que cobardes!
La misa del muerto
En la iglesia se oían hacía tiempo muchos ruidos. Un vecino animado por los demás fue a ver lo que sucedía. Entró en ella... y vio salir un hombre de la sacristía arrastrando cadenas. Este le miró y le dijo:
—No tengas miedo, ¿sabes ayudar a Misa?
—Sí —le contestó.
—¿Y tendrás valor para ayudarme a mí?
—¡Pues claro que lo tengo...!
—Entonces, ven y ayúdame, pero no mires durante la Misa para atrás, pase lo que pase.
Empezada la Misa, comenzaron a sonar los grandes ruidos, acompañados de fuertes golpes al ayudante, que los soportó pacientemente. Una vez terminada, el sacerdote desapareció en forma de paloma blanca.
El pecado del cambio de mojón
Un sastre que trabajaba en el pueblo de Valcárcel se decidió una noche a ir a su casa de La Bustariega. Algunos vecinos trataron de hacerle desistir.
—¡No vayas, que por La Senra en las noches pasadas se quejaba alguien!
El sastre era completamente escéptico en lo que se refería a patrañas de viejas; se marchó. Al llegar a La Senra empezaron, en efecto, a sonar quejas; le habían dicho la verdad. No se inmutó lo más mínimo y siguió su camino; pero advirtió que las quejas le seguían y vio una sombra tras él. Acortó el paso, y cuando lo sintió casi a su espalda trazó un círculo en el suelo con las tijeras y en el medio hizo una cruz. Vuelto hacia la sombra y quejas, voceó:
—¡Si eres cristiano, habla, y si vienes del infierno, aquí tienes la cruz!
—No te asustes, hombre —respondió una voz tristísima—. Soy fulano. Vete y di a mi hermano que vuelva a su sitio el mojón de tal tierra, pues por yo haberlo cambiado no puedo entrar en el cielo.
El sastre lo hizo así y desde aquella noche no se volvieron a oír más las quejas en La Senra.
La Fana del Señor
En La Riera se refiere que quisieron dos rapaces burlarse del señor cura, que no les dejaba entrar en su huerto a las peras.
Estaban en dicha «fana» cuidando ovejas, y uno se hizo el moribundo y el otro fue a llamar al señor cura para que le llevara los Sacramentos. Tardaron en llegar algún tiempo, y cuando llegaron el rapaz yacía con la cabeza sobre el brazo en posición de dormir. Le tocaron y estaba frío. Había muerto. En memoria del hecho le quedó al lugar el nombre de la Fana del Señor.
La Santa Compaña
Es esta la famosa procesión de almas en pena —la «gente buena» que se la llama también—; solían «aparecerse» antiguamente, llevando luces. Iban a buscar al enfermo que moría. Si llevaban andas era para que el sacerdote diera la vuelta, pues ya el moribundo había muerto, no podía llegar a tiempo.
El alma del difunto ha de acompañar a la «gente buena» a todas partes, y se dice que tal procesión desapareció con La Sacramental (Fiesta del Corpus).
En otros tiempos cuentan también que se veían con mucha frecuencia tales procesiones que llevaban los sacramentos al moribundo, cuando no había sacerdote vivo que pudiera hacerlo. En ellas se veían sacerdotes difuntos revestidos de sobrepelliz, con sacristán, y se oía «el tilín de la campana del monago...».
(Recogido, como la mayor parte de los casos relacionados con los muertos, en Pola de Somiedo de la familia Félix Marrón.)
DE COSTUMBRES
El noviazgo
—Antiguamente —nos dice María la de Félix—, los mozos cortejaban por medio de coplas dialogadas cuya letra era improvisada con frecuencia. Hoy apenas se conoce esta costumbre. De ella sirva como ejemplo el fragmento siguiente:
EL:
—Ayer fui a la fuente,
tabes cantando
y hoy que vengo por verte
estás llorando.
Dime por qué estás triste
y afligida
dime por qué suspiras,
prenda querida.
ELLA:
—Suspiro por amores
que yo he tenido,
amores que me quisieron
y yo he querido.
EL:
—Amores que tú tienes
y estás teniendo.
ELLA:
—¿Por qué no vienes a verme
cuando te espero?
Bien sé que tienes otra
que te enamora
y a mí me dejas sola
llora que llora..., etc., etc.
La melodía de estas coplas así como la de los romances alcanza a veces una delicadeza exquisita. Al par que estas notas he recogido varias melodías (unas cien), de las que la mayor parte no he visto en ningún cancionero, y es lástima que se pierda en nuestro folclore un aspecto tan interesante como el musical.
La ronda
Días de ronda: miércoles y sábados. Los martes rondan los baluartes, esto es, los tontos; los lunes, los viudos.
En estas rondas era cuando se asaltaban las «otcheras», olleras, depósitos de piedra colocados junto a las fuentes, en los que se guardaban las «otchas», ollas, de la leche, que debía ser desnatada. Decía una mujer cuyas ollas habían desaparecido.
—¡Tchevánonme otcha, ya metchu (paño colador), ya tchapa... ya todo!
La boda
Entre los vaqueiros existe la boda típica con séquito de caballos enjaezados, ritual de petición, etc. No la recogemos aquí, pues las costumbres vaqueiras forman grupo aparte de las aquí descritas.
Dos ejemplos de copla en la boda corriente:
—L´anillo que te pusieron
n´l dedo del corazón,
ese es el que a ti te apresa
de toda tu diversión.
—Salga la señora suegra
a recibir la casada;
recíbala con cariño
que se la sueñan muy mala.
A cuenta del novio corre la «botada» (el vino) y el «carneiro». La novia debe poner la casa y la comida.
Para hacer «el convenio» se derrama un caldero de agua en la cocina de la novia, con lo que queda realizado «ipso facto». Como es de suponer tiene algunas variantes.
Del mayorazgo
El hijo mayor queda en casa. Los demás hermanos han de salir a buscar trabajo. El mayor tiene también prerrogativas en la herencia.
La cencerrada
Consiste la cencerrada en la consabida «tocata» de «tchuecas» (esquilones), cascabeles y demás instrumentos de cuero y de madera (no son tambores, precisamente), que se usan por Carnaval. «Se corre» cuando se casan viudos. A éstos los suelen meter representados en peleles en un carro del país y pasearlos cantándoles coplas:
Julianina, Julianina,
nun te cases con «El Blanco»
que el maíz de «La Pinietcha»
comiólo todo el melandro.
O ésta:
Si los demonios supieran
que Juliana se casaba
subirían del infierno
a tocar la cencerrada.
De estas coplas hay una verdadera «literatura» de todos los colores... pero siempre satirizantes, que crean a los novios verdaderos conflictos. En todos los pueblos suele haber una persona que «coplea bien».
Los pitones
Son una antigua tradición desaparecida poco ha. Un vecino llevaba cada semana un gran «pan de las ánimas». Cada semana lo llevaba un vecino distinto. Se partía en trocitos llamados «pitones» (en León se llaman «pedazas»), y se daban a cada fiel al terminar la misa al tiempo de salir. El que lo reciba rezaba un «Padrenuestro» por las ánimas acompañando al bocado. Se bendecía al Ofertorio.
Jueves Santo
En las Tinieblas se rompían a golpes sobre el pavimento de la iglesia varas de chopo primero, luego de acebo. Por el hecho de ser rotas en tal ocasión quedaban benditas, y servían más tarde para hacer las «fumazas» de que se habla en otro lugar. Poniéndolas en cruz sobre el corral, ahuyentaban las tempestades.
Ese día no se molía: se decía que saldría sangre en vez de harina. Se le creía respetado incluso por los irracionales, y así las gallinas, si estaban incubando durante esa época, ese día abandonaban el nido hasta el siguiente.
El torrezno
La matanza del cerdo envuelve curiosos ritos de lejana tradición: verbigracia, la comida que se da después de colgarlo en canal, el agitar la sangre para que no se coagule, que éste sea oficio exclusivo de las mujeres, etc. Tiene en la matanza particular interés por relacionarse con el «antroxiu» (carnaval), costumbre primitivamente religiosa pagana, el reparto del «torrezno» cuando llega el Carnaval y consiste en un trozo de tocino que se da a los más pobres del pueblo para que se «antroxien».
Un plato de Navidad: el «escaldao»
Sopa de Navidad hecha de pan, vino, azúcar y manteca para mejor guardar la vigilia de la misa del Gallo. Esa noche se iba a buscar un carro de leña para el párroco.
En Clavillas antes del «escaldao» se solían comer castañas cocidas con caldo de grasa.
Para amasar el pan se dice así:
Un Padrenuestro a San Florián
que nos saque bueno el pan.
Hay otras jaculatorias al Santísimo Sacramento y a la Virgen. Y con todas se reza en Padrenuestro.
El día de Carnaval
Se celebra en casi todas las familias la «freixulada». Los frisuelos se hacen con harina, leche y huevos, y la pasta que resulta, más bien fluida, se fríe en aceite. Para ello se coge con una cuchara y se va echando sobre el aceite, como si fuera un hilo que se trenza casi hasta tapizar el fondo de la sartén. En otras partes los hacen a modo de tortillas.
El ramo de la fiesta
Este ramo es un cono truncado de madera con un mango en la parte inferior para llevarlo a las procesiones. El cono se cubre con un mantel; en la base superior se prenden dos «roscas» [de pan] grandes, engalanadas con dos cintas de seda (una se regala al señor cura y la otra se rifa). Sobresaliendo de en medio de ellas va el «ramo» de flores. Las demás «roscas» se colocan alrededor del cono cubriéndolas con una servilleta, cosido todo al mantel. Estas rocas más pequeñas y de diversas formas se subastan al salir de Misa.
El Galán es el que «tira» por el ramo. Tiene la obligación de convidar a las «Mayas», muchachas encargadas de engalanarlo, y al acabar de hacerlo se tira un volador para que la gente sepa que sale. —¡Ahí, salen las «Mayas»!—. Estas acompañan al gaitero y al galán, y allí va el coro también. Las coplas religiosas a veces se pasan a otro campo menos caritativo...:
Galán, ten por ´l ramo
non suceda lo que antano
que tropezou el galán n´un cueto
ya caíu n´un tchampano.
En Arbellales se celebra desde muy antiguo la fiesta de la Virgen de los Dolores. Llevan tres ramos y los ofrecen antes de entrar en la iglesia. Al salir de misa dan gracias y bailan baile suelto con algún familiar. La letra de uno de esos bailes es la siguiente:
Virgen de los Dolores
con toa el alma te queremos
y con toda la arrogancia
este ramo te ofrecemos.
La manteca y la harina para hacer los ramos se pide unos días antes por el pueblo. Al salir de la iglesia, el mayordomo de «La Santa» pide, voceando, las limosnas: «¡Devotos de la Virgen de los Dolores...!».
Acto seguido se subasta el ramo.
En la danza empiezan a bailar las mozas, luego entran al ruedo los mozos, pero de tal forma que la preferida de cada uno quede a su derecha. A veces la de la izquierda se tiene por despreciada. Todo esto va acompañado de la letra improvisada para el caso, acoplada a la música (el «son») de la danza, que suele empezar con la siguiente «cuarteta»:
Salí, mozos, a la danza
que las mozas danzan solas;
nun tengáis por las paredes
que esas tiénense etchas solas.
En la jota la vuelta que da el mozo debe ser acompañada simultáneamente por la de la moza. En el caso contrario, que le diera la espalda el mozo a la moza, sería un desprecio. Me aseguró un bailarín que la moza en este caso queda, en cierto sentido, «deshonrada». De ahí la suma destreza de las buenas bailadoras.
Todos estos bailes, que juntamente con los romances recogidos en este concejo saldrán en otra ocasión, suelen ejecutarse al salir de Misa en los días de fiesta. Hoy esta costumbre, lo mismo que gran parte del folclore, está llamada a desaparecer. El acompañamiento de la flauta, la gaita, el tambor, etc., dan un tono de jovialidad en los días de fiesta a la aldea, destacándose las bonitas voces de las que cantan al son de panderetas y de castañuelas en repiqueteo.
NOTA:
(*) En el Boletín del Real Instituto de Estudios Asturianos (BIDEA) nº 37, aparece otro artículo suyo titulado Romances de la tierra somedana. En el propio Instituto (Plaza Porlier, 9 - Oviedo. Tfno. 985 21 64 54) y en la Biblioteca Pública de Asturias (Plaza Daoíz y Velarde, 11, El Fontán - Oviedo. Tfno. 985 20 46 45) se puede consultar este y cualquier otro boletín.
José Manuel Feito Alvar
Concejo de Somiedo
Osos y urogallos, cinco valles, aldeas vaqueiras, raza asturiana de los valles, ‘cabanas de teito', un Pueblo Ejemplar —Villar de Vildas—, Parque Natural y Reserva de la Biosfera. Así es Somiedo, un modelo de conservación de la naturaleza.
Los concejos (municipios) que limitan con el Concejo de Somiedo son: Belmonte de Miranda, Cangas del Narcea, Teverga y Tineo. Cada uno de estos concejos (municipios) comparte fronteras geográficas con Somiedo, lo que implica que comparten límites territoriales y pueden tener interacciones políticas, sociales y económicas entre ellos.
Comarca del Camín Real de la Mesa
Fue el sueño de un Imperio, el romano, que ambicionaba las riquezas de la tierra y la bondad de sus gentes; es cruce de caminos —el de la Mesa, el de Santiago y la Senda del Oso—. Es el hogar de los osos pardos y Reserva de la Biosfera —la de las Ubiñas-La Mesa—.
La comarca está conformada por uno o varios concejos (municipios). En este caso: Belmonte de Miranda, Candamo, Grado, Las Regueras, Proaza, Quirós, Santo Adriano, Somiedo, Teverga y Yernes y Tameza. Los concejos representan las divisiones administrativas dentro de la comarca y son responsables de la gestión de los asuntos locales en cada municipio.
Conocer Asturias
«En resumen, Asturias es un verdadero paraíso natural que combina paisajes impresionantes, una costa espectacular, montañas imponentes y una rica cultura. Ya sea que busques aventuras al aire libre, momentos de tranquilidad en la naturaleza o la oportunidad de sumergirte en la tradición asturiana, esta región te cautivará con su encanto y su belleza.»
Resumen
Clasificación: Etnografía
Clase: El concejo
Tipo: Varios
Comunidad autónoma: Principado de Asturias
Provincia: Asturias
Municipio: Somiedo
Parroquia: Pola de Somiedo
Entidad: Pola de Somiedo
Zona: Occidente de Asturias
Situación: Montaña de Asturias
Comarca: Comarca del Camín Real de la Mesa
Dirección: Pola de Somiedo
Código postal: 33840
Web del municipio: Somiedo
E-mail: Oficina de turismo
E-mail: Ayuntamiento de Somiedo
Dirección
Dirección postal: 33840 › Pola de Somiedo • Pola de Somiedo › Somiedo › Asturias.
Dirección digital: Pulsa aquí