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Mapa de situación del concejo
Mapa de situación del concejo de Somiedo. Asturias.
Escudo del concejo
Escudo del concejo de Somiedo. Asturias.
Descripción
Somiedo ha sido patria de personas de gran valía, entre los que ocupa un lugar preferente Alvaro Flórez Estrada (Pola de Somiedo, 1766-Noreña, 1853), economista, político y escritor. Después de licenciarse en Leyes en la Universidad de Oviedo, marcha a Madrid. Allí, avalado por Campomanes y Jovellanos, emprende en la Magistratura una carrera que, dadas sus cualidades, prometía ser brillante. Sin embargo, disconforme con la política de Carlos IV, abandona sus cargos y se centra en el estudio de la historia, la economía y las lenguas. Su liberalismo ideológico choca con el régimen absolutista imperante, que le obliga, por orden de Godoy, a desterrarse a su villa natal, Pola de Somiedo, hasta que retorna a la Corte con el cargo de Tesorero General del Reino. Pero nuevamente su posicionamiento crítico le hace dejar su puesto y vuelve a Pola de Somiedo, siendo elegido miembro de la Junta General del Principado; en ella llega a desempeñar los cargos de diputado y Procurador General; simultáneamente, comienza los trabajos para construir una ferrería en Somiedo, con la finalidad de sacar provecho de los recursos minerales de dicho concejo. En mayo de 1808 es elegido por la Junta General del Principado Procurador General del mismo, cargo desde el que desarrolla una gran actividad —presidida por sus ideas liberales—, que fue elogiada en un editorial de El Español Constitucional (Londres, septiembre de 1818): «... tiene además la gloria de ser la única Autoridad de España que declaró solemnemente la guerra a Napoleón [suya es la redacción de la proclama contra el emperador francés]; la primera Autoridad que abrió los puertos a los ingleses, que a la sazón se hallaban en guerra con España; quien trató con el Gobierno de la Grand-Bretaña, enviándole comisionados diplomáticos, para formar una alianza común contra el orgulloso conquistador, que atacaba vigorosamente la independencia de toda Europa». Desde su puesto trata de establecer la ley de prensa y pide la convocatoria de Cortes. Una vez disuelta la Junta Central decidida por el marqués de La Romana, en 1809, va a Sevilla a elevar sus quejas a la Junta Central. Descontento con el desarrollo de los acontecimientos, marcha a Londres, donde presenta un proyecto de Constitución acusadamente liberal. Regresa a Cádiz en 1812, y se le nombra Intendente del Ejército de Andalucía. Pero el restablecimiento del régimen absolutista de Fernando II le obliga por dos veces a expatriarse, librándose así de sendas condenas de muerte; en 1814 se exilia a Inglaterra, donde publicó la celebrada Representación a Fernando VII en defensa de las Cortes (1819), que tuvo gran eco. El triunfo del trienio liberal (1820) le permite volver, siendo diputado por Asturias en las Cortes de 1820-1822. En 1823 es elegido presidente del Gobierno ocupando la Cartera de Estado, pero ese mismo año con motivo de la reacción anticonstitucional de Fernando VII toma otra vez el camino del destierro, instalándose en Inglaterra; es este el periodo más trascendente de Flórez Estrada en el campo de la Economía pues fue entonces cuando publicó su obra fundamental en dos tomos: el célebre Curso completo de Economía Política (Londres, 1828), que le consagró universalmente como un gran economista y sirvió de texto durante muchos cursos en las Universidades españolas. Vuelto a España, se opuso a la desamortización emprendida por Mendizábal, por la precipitación e irracionalidad con que se llevaba a cabo, recomendando que el Estado mantuviese la propiedad de los bienes declarados nacionales y los entregara en arriendo a los colonos. Fue elegido diputado en la práctica totalidad de las Cortes de 1834 a 1844 y senador vitalicio desde 1846. El último tramo de su vida lo pasó en el palacio de Miraflores, en Noreña, donde falleció, combinando responsabilidades políticas y estudio.
En el campo de la milicia destacaron Diego Flórez de Valdés y Alvaro Flórez de Quiñones —a cuyas biografías añadieron novedosos datos los historiadores José Ramón Martínez, Rogelio García y Secundino Estrada— y Jerónimo Valdés Sierra.
Diego Flórez de Valdés, uno de los marinos asturianos más ilustres y aventajados del siglo XVI, nació hacia el año 1530 (la fecha exacta se ignora) en la parroquia de San Esteban de Las Morteras, concejo de Somiedo. Fueron sus padres Juan Flórez, natural también de Las Morteras, y Urraca de Valdés, natural de Doriga (Salas).
Hijo segundón, entra en 1550 en la Marina Real para hacerse un porvenir al lado del prestigioso marino Pedro Menéndez de Avilés. Realizó en este período diversos viajes como capitán de navío a Flandes e Inglaterra. También llevó a cabo algunas misiones en el Nuevo Mundo, como lo reseña el Libro de Pasajeros de Indias, que dice de él que en el año 1555 va al Perú y Chile. Seguramente, Flórez de Valdés mandaba alguna de las naves que transportaron al marqués de Cañete y a Jerónimo de Alderete, virrey del Perú y gobernador de Chile, respectivamente.
Diez años más tarde irá de nuevo a las Indias. El Adelantado Pedro Menéndez de Avilés, apreciando sus aptitudes para la navegación, le escoge para el puesto de almirante de la Armada que debía conducir a La Florida. La travesía del Atlántico resultó muy accidentada. Una tormenta y luego un huracán dispersan los barcos. Flórez de Valdés con la Almirante consigue arribar a la isla de la Dominica, donde se provee de agua y leña. En Puerto Rico halla al Adelantado. Con cuatro naves que habían conseguido llegar, más otra que compró en la isla, parte el Adelantado para La Florida. En el río de San Juan les espera la Armada francesa, mucho más numerosa y en mejor estado. La osadía de los asturianos de querer entrar en combate desconcierta a los franceses, que se dan a la fuga.
No muy lejos del fuerte francés de la Carolina, en un puerto bautizado como San Agustín, se instalan los españoles. En una gran choza que les dio el jefe indio del lugar construyen una fortaleza. Barcos franceses fuertemente artillados intentan atrapar las embarcaciones españolas y entrar en San Agustín. No consiguen ni lo uno ni lo otro al estallar un huracán que hace dispersar la flota francesa, haciéndola naufragar.
Esta gran tormenta la aprovecha el Adelantado para ir con 500 soldados a tomar Fort Carolina. En la colonia deja a Diego Flórez de Valdés como capitán de la artillería y general de los tres barcos surtos en el puerto.
Entre tanto, en San Agustín ocurren algunos acontecimientos. Un náufrago francés comunica a Flórez de Valdés que cerca de allí se halla una fragata francesa varada a causa del huracán y que sus ocupantes habían sido asesinados por los indios. El marino asturiano envía una patrulla de soldados y marinos para que se hagan con la nao. Pero éstos huyen ante la presencia de numerosos indios en el lugar del accidente.
Avergonzado por el comportamiento de sus hombres, Flórez de Valdés, con media docena de subordinados, parte personalmente en una barca y remonta el río San Agustín. Explora durante varios kilómetros la comarca en busca de pueblos indios, encontrando finalmente la fragata. Dispersos alrededor de ella se hallaban quince de sus tripulantes muertos. Los indios, al percatarse de que Flórez de Valdés y sus hombres eran españoles, salen a su encuentro amistosamente y le ayudan a poner a flote la embarcación. Al día siguiente regresa el almirante asturiano a San Agustín con la nao enemiga, ante el regocijo de todos. La alegría en la colonia fue general cuando un mensajero trajo la nueva de la toma de Fort Carolina por el Adelantado y sus expedicionarios.
El poder francés en La Florida sufrió un golpe mortal con la caída de su fortín. El huracán les trató también muy mal, haciendo zozobrar sus barcos en la costa. Diego Flórez de Valdés sale el 28 de septiembre con el Adelantado y 40 hombres más para comprobar si era cierta la información facilitada por los indios acerca del naufragio de numerosos franceses al sur de allí.
Estos formaban un grupo de doscientos hombres que se rindieron al Adelantado al saber que su fuerte había sido tomado. El gobernador avilesino mandó a Diego Flórez de Valdés que fuese en el batel al otro lado del río y pasase de diez en diez a los franceses y recogiese sus armas y banderas. En tanto que Flórez se dedicaba a esta tarea, el Adelantado había ordenado a un capitán que a medida que fuesen llegando los primeros a ciertos matorrales los fuese degollando. Solamente se salvaron ocho, que confesaron ser católicos. Trece días más tarde fueron asesinados de igual forma y en el mismo sitio otro grupo de franceses compuesto por el capitán Jean Ribault y 150 de sus hombres. Dieciséis salvaron la vida por ser católicos o músicos. Desde entonces aquel lugar lleva el nombre de Matanzas.
Exterminada la colonia hugonote, Diego Flórez de Valdés parte ese mes a España a dar cuenta al rey de todo lo sucedido. Por una carta de recomendación del Adelantado que el mismo Flórez de Valdés porta, el monarca le nombra Caballero de la Orden de Santiago. Aprovecha también Flórez de Valdés su estancia en España para casarse con María Menéndez de Avilés, hija del general Alvar Sánchez de Avilés y sobrina, por tanto, del Adelantado de La Florida. Su relación con éste queda de esta forma más consolidada.
Escuetos datos se tienen de Valdés a partir de entonces. En 1566 va de nuevo a La Florida para llevar socorros y regresa de nuevo a Europa con el Adelantado un año más tarde. Asciende a general en 1568 y hasta 1580 conducirá las Flotas de Tierra Firme. Es entonces cuando el rey le encomienda la dirección de la Armada que había de ir al estrecho de Magallanes.
Preocupaba a la Corona española las continuas infiltraciones de piratas ingleses, franceses y holandeses por aquella zona hacia el Pacífico. La defensa de este océano, el mare nostrum español, y de las ciudades españolas ribereñas dependía de la construcción de un rosario de fuertes a lo largo del estrecho de Magallanes que impidiese el paso a las naves de las demás naciones europeas. Pedro Sarmiento de Gamboa, un prestigioso marino gallego, presentó a la Corte este proyecto y el rey lo aprobó, nombrándole gobernador de aquel lejano e inhóspito territorio. Se aprovechará igualmente esta expedición para llevar por vía marítima hasta Chile al nuevo gobernador de aquellas provincias, Alonso de Sotomayor.
Para conducir la Armada hasta Tierra de Fuego y Chile la Corona escogió a Diego Flórez de Valdés, nombrándosele capitán general de esta flota. En los 23 barcos que formaban esta armada embarcaron casi tres mil personas. De éstos, 350 pobladores y 400 soldados iban con Pedro Sarmiento de Gamboa a Tierra de Fuego, y 600 a Chile con Alonso de Sotomayor.
La expedición resultó accidentada ya desde el comienzo. El duque de Medinasidonia, gobernador de Andalucía, les obligó a partir de Sanlúcar de Barrameda el 27 de septiembre de 1581, pese al parecer contrario de la gente de mar, que preveía el inminente desencadenamiento de una gran tormenta. El 8 de octubre era tan grande el temporal que Diego Flórez de Valdés ordenó regresar a puerto; se habían perdido cinco barcos y 800 hombres, entre muertos y huidos.
Zarpan los supervivientes el 9 de diciembre con sólo 16 naves, nueve de ellas capitaneadas por oficiales asturianos. Sin problemas llegan a las islas de Cabo Verde (9 de enero de 1582), donde permanecen un mes. En la travesía del Atlántico se declara una epidemia de disentería que acaba con la vida de más de 150 pasajeros. El 24 de marzo echan anclas en Río de Janeiro, puerto en el cual pasarán el invierno y parte de la primavera australes.
Las discrepancias y luchas que sostenían Gamboa y Valdés desde antes de partir de España por cuestiones de mando y navegación se agudizan en Río al permitir el general asturiano y el gobernador portugués del lugar que muchos oficiales adquieran cargamentos de palo de brasil a cambio de semillas, víveres y otros materiales de la Armada destinados a los pobladores del estrecho y los embarquen para poder venderlos al regreso en España. Con sus airadas protestas, Sarmiento de Gamboa consigue que sea desembarcado el palo de brasil, pero no puede impedir del todo ese tráfico. El odio entre el marino gallego y el asturiano es ya bien patente.
El 2 de octubre parten de nuevo con la mayoría de los barcos carcomidos por la broma. En camino a la isla brasileña de Santa Catalina se hunden tres naos y se encuentran con un mercante español que iba al río de La Plata, cuyo capitán les notificó que cinco días antes había sido robado por tres barcos ingleses. «Y llegado yo a esta isla y puerto —declara Valdés al rey en carta escrita el 5 de agosto de 1583—, me reparé, y aparejé lo mejor que yo pude las doce naos, porque la otra, que eran trece, no estaba para navegar, y se dio al revés con ella, y la gente, armas y municiones que llevaba se repartieron en las demás, y porque las tres naos inglesas iban fuertes y muy en orden, y que decían iban al Río de la Plata y de allí pasar al estrecho, entendiéndoles los desinios que llevaban, y que ansimesmo ellos entendían que la armada estaría ya en el estrecho, acordé de repartirla en tres, para dar con ellos dondequiera que acudiesen, y ansí dejé en el dicho puerto de Santa Catalina tres naos, las mayores de la armada, con seiscientos hombres en ellas, para que volviesen a esta costa del Brasil, a los puertos de San Vicente y Río de Janeiro, y allí se aderezasen y anduviesen en guarda della, hasta tanto que tuviesen orden mía; y que en ellas llevase los pobladores casados con sus hijos y mujeres, por la mucha falta de mantenimientos que la armada tenía, con orden de que en San Vicente el gobernador les diese bastimentos; y por la falta que yo tenía dellos acordé de inviar a Don Alonso de Sotomayor por el Río de la Plata, y que llevase la gente de su cargo en tres naos, y en ellas ochocientas personas, con orden que si topase dentro del río los enemigos, abordase con ellos, y los tomase y castigase, y después de desembarcada su gente inviase las naos, armas y municiones y pertrechos dellas al Río de Janeiro, a se juntar con los tres navíos que allá inviaba.»
En Santa Catalina, según la versión de Gamboa, el prudente Flórez de Valdés intentó convencerle para que abandonase el viaje por verlo inviable y regresase a Río de Janeiro. El general asturiano justificaba este cambio de planes por el fuerte viento y oleaje que reinaba en el área, el no disponer de suficiente gente, material y barcos. Según él, tres de las mejores y más grandes naos estaban averiadas y no podrían realizar el viaje al estrecho.
Pedro Sarmiento de Gamboa, que no creyó lo de las naves dañadas, a toda costa quería ir a su destino como lo mandaban las instrucciones reales. Por fin, el 7 de enero de 1583 zarpó de nuevo Flórez con ocho de los barcos, enviando los tres que decían estaban averiados a Río de Janeiro para repararlos. Al salir del puerto de Santa Catalina se perdió la nave Proveedora cargada con gran parte de las provisiones de la gente que había de quedarse en el estrecho. Cuando llegaron al Río de La Plata, Alonso de Sotomayor, como estaba previsto, remontó con tres barcos y sus hombres el río de La Plata y el Paraná hasta Santa Fe, desde donde continuaron viaje a pie a través del territorio de Tucumán y la cordillera de los Andes. En la travesía por los ríos no vieron señales de los ingleses.
Con las cinco embarcaciones que le quedaban prosiguió Diego Flórez de Valdés rumbo al estrecho, donde llega el 17 de febrero. Entran las naves en la embocadura y cuando se hallan a tres leguas en su interior los fuertes vientos y mareas las echan fuera del estrecho. Cuatro días más tarde consiguen llegar a las proximidades del cabo de las Once Mil Vírgenes, pero la recia ventolera las volvió a empujar al mar abierto. Viendo la imposibilidad de penetrar por el momento en el estrecho, Diego Flórez de Valdés mandó regresar a Brasil.
En el puerto de Santos encuentra a dos de los tres barcos que enviara desde Santa Catalina a Río. La otra nave, La Begoña, había sido hundida algunos días antes por las tres embarcaciones piratas inglesas que se encontraban en aquel puerto. A fin de fortificar el lugar e impedir el paso de los piratas, edificó Valdés en la boca del puerto el fuerte de San Antonio, dejando en él una guarnición de 100 hombres que puso al mando de un sobrino suyo. Emprende luego rumbo a Río de Janeiro ante el disgusto de Sarmiento de Gamboa, quien deseaba volver de nuevo al estrecho.
Tenía Valdés enormes ganas de dejar esta expedición. Ya cuando la armada regresó a España tras el temporal que la azotó al salir de San Lúcar de Barrameda, el capitán general asturiano, por cuestión de salud, pidió al rey que le relevara de esta misión, siendo denegada su petición. Su comportamiento se va haciendo más despótico a medida que la expedición. Una única obsesión le invade: regresar cuanto antes a España. Esta postura se enfrenta a la de Sarmiento, quien a toda costa quiere ir a Tierra de Fuego para edificar varios fuertes y comenzar la colonización de aquel área. A lo largo del viaje ambos protagonistas mantendrán duras y descalificadoras discusiones. Por el rango que ostenta y ser de la misma tierra, la inmensa mayoría de los asturianos apoyará a su capitán general, aunque algunos de los más relevantes marinos del Principado —caso de Diego de la Ribera— darán la razón a Sarmiento de Gamboa, intentando mediar entre ambos, aunque nada consiguen.
Los expedicionarios llegan el 9 de mayo de 1583 a Río de Janeiro encontrando en el puerto cuatro navíos con víveres y pertrechos que el rey enviaba para el estrecho al mando de Diego de Alcega. Ni con este socorro quiso oír hablar Valdés de retornar al estrecho, pese a que el mismo Gamboa y otros destacados capitanes asturianos así se lo pidieron. La decisión era irrevocable y nadie le haría cambiar de opinión a no ser una orden expresa del rey.
Para cumplir el mandato real, deja en Río cinco barcos con provisiones y diverso material y encarga al almirante Diego de la Ribera y a Gregorio de las Alas que lleven a Sarmiento de Gamboa y a los pobladores al estrecho: «... y que en estas cinco naos fuesen quinientos hombres de mar y de guerra, demás de los pobladores y gente que Pedro Sarmiento lleva consigo y a su cargo; y que entrados en el Estrecho, dejen en él, en la parte mejor y más cómoda, a Pedro Sarmiento y su gente, y trescientos hombres o trescientos cincuenta de guerra, para la seguridad de la población; y que le dejase uno o dos navíos, conforme viese la disposición; y que con las dos fragatas se vea y reconozca el Estrecho y los brazos y ríos que se entiende que tiene, y se sepa todo lo que en él hay, para que Vuestra Majestad provea lo que más a su servicio convenga, y no sea engañado, como hasta ahora lo ha sido, de las personas que a Vuestra Majestad dieron relación, los cuales yo he hallado muy al contrario de lo que a Vuestra Majestad informaron».
El 2 de junio de 1583 parte de Río hacia Bahía con seis barcos. Inverna en este lugar y hace en marzo de 1584 una incursión al puerto de Parahiba, donde se enfrenta con éxito a una partida de piratas franceses. Destroza las cinco embarcaciones corsarias, a quienes también desaloja de un parapeto que habían hecho en tierra. Flórez de Valdés se apoderó de un abundante botín que los corsarios supervivientes habían dejado abandonado al huir precipitadamente a la selva.
Tras esta acción deja definitivamente tierras brasileñas y emprende viaje a España, llegando a Cádiz el 23 de julio de 1584. A consecuencia de los informes acusatorios de Pedro Sarmiento de Gamboa se le abre un proceso, del que salió absuelto. «Algunos historiadores —dice Constantino Suárez—, guiados casi exclusivamente por estos informes de Sarmiento, descargan sobre Flórez de Valdés inculpaciones tan poco consistentes como la de atribuirle a propio intento el fracaso de esa empresa expedicionaria al Pacífico. Si no existiesen otros argumentos de fuerza contra tal aseveración, bastaría para destruirla el que siendo Flórez jefe supremo de la escuadra, habría que declararle loco de remate si hubiese buscado ex profeso el desastre, puesto que equivalía a la anulación de su propia personalidad. Pudo, efectivamente, llevar a término el mandato del Rey, como lo llevó Sarmiento de Gamboa, pero el funesto resultado conseguido por éste confirma la razón que tuvo Flórez para desistir de poblar una tierra inhabitable. Y esa razón la apoya incontrastablemente el hecho de que no se volviera a repetir tan temerario intento hasta que lo acometió Chile, favorecido por la proximidad, tres siglos después, en el XIX.»
Participó Diego Flórez de Valdés en otras empresas no relacionadas con América, caso de la Armada Invencible donde ocupó el cargo de primer consejero (1588), falleciendo en 1595. Sus restos y los de su esposa reposan en la iglesia de San Esteban de Las Morteras. A falta de hijos varones el mayorazgo que había fundado poco antes de su muerte lo heredó su hija Francisca.
De su expedición al estrecho de Magallanes dejó escrito Diego Flórez de Valdés varias relaciones, memoriales y cartas que contrastan y discrepan en ciertos aspectos con las que hizo Pedro Sarmiento de Gamboa.
Alvaro Flórez de Quiñones. Caballero de Santiago y capitán general de las Armadas de Indias. En las crónicas de la época se le conoce también por los apellidos Flórez Valdés, León Pinelo y Flórez Quintana.
Nacido hacia el año 1549 en Pola de Somiedo, Alvaro Flórez era el hijo primogénito de Baltasar Pérez, el fundador del mayorazgo de la casa de Pola de Somiedo (1576), y de María Arias de Rabanal. Sirvió en la Armada Real muchos años, ostentando desde 1574 el cargo de capitán general de las flotas de Indias. Cuando supo que en 1585-86 el inglés sir Francis Drake, con una poderosa flota de 27 navíos y 2.500 piratas, había atacado y saqueado las ciudades españolas de Santo Domingo, Cartagena de Indias y San Agustín —capital de La Florida—, el general asturiano salió en 1586 en su busca con 17 galeones, 4 pataches y 3.000 hombres. Pero todo fue en vano, ya que Drake y sus facinerosos habían regresado al puerto inglés de Plymouth con un importante botín.
En 1591 fallecía este insigne marino asturiano, dejando en su testamento cierta cantidad de dinero para hacer en Somiedo un colegio de jesuitas y, en su defecto, una iglesia para su panteón.
Jerónimo Valdés Sierra, militar y escritor, nació en Villarín (Vitcharín), lugar de la parroquia somedana de Veigas, el 4 de mayo de 1784. Los primeros años de la carrera eclesiástica los cursa en el Seminario de Lugo. Siendo estudiante de Derecho en Oviedo, le sorprende la invasión napoleónica. Entonces decide alistarse en el Ejército, donde alcanzó la más alta graduación: teniente general. Después de la guerra contra los franceses, en la que consiguió el grado de teniente coronel, en 1816 —ya recuperada la monarquía para Fernando VII—, se le envía al Perú como jefe del Estado Mayor de las tropas que han de sofocar el levantamiento americano. Los éxitos obtenidos en su misión le permiten llegar a mariscal de campo. En 1824 sus hombres son vencidos por los del general venezolano Sucre en la batalla de Ayacucho —que significó el fin de la dominación española en Sudamérica—, por lo que decide regresar a España. Acerca de esa derrota escribió el trabajo titulado Refutación del manifiesto que el teniente general D. Joaquín de la Pezuela imprimió en 1825 a su regreso del Perú. En Zaragoza demuestra sus cualidades al mando del Ejército de Aragón sometiendo a los sublevados de Benasque y Mequinenza. En 1832 vuelve a Asturias y en 1833 es designado gobernador político y militar de Cartagena. Valdés Sierra participa en la primera guerra carlista en apoyo de la causa de Isabel II, hija de Fernando VII, contra el pretendiente a la Corona, Carlos de Borbón, hermano del monarca ya fallecido, y obtiene una sonada victoria en Artaza sobre el general Zumalacárregui. Elegido diputado a Cortes en 1836 por Asturias, rechaza el cargo. Al año siguiente es nombrado senador en representación de Valencia y Murcia, cargo que desempeña hasta su ascenso a capitán general, ejerciendo como tal en Galicia y Cataluña. Su siguiente destino fue Cuba, adonde fue en 1840 como capitán y gobernador general. Luego regresa a Madrid, a cuyo cuartel se reincorpora, y posteriormente se retira a Oviedo. Falleció el 14 de septiembre de 1855. Además del reseñado, dejó publicados otros trabajos, entre ellos: Observaciones del capitán general de Galicia a los discursos pronunciados en el Congreso de los Diputados por Pardo Montenegro y Calderón Collantes (Santiago de Compostela, 1839), Exposición... al rey don Fernando VII sobre las causas que motivaron la pérdida del Perú (Madrid, 1895) y Refutación al diario de la última campaña del Ejército español en el Perú en 1824 por don José Sepúlveda. Le fueron otorgados los títulos de conde de Villarín y vizconde de Torata y se le condecoró con la Gran Cruz de Carlos III.
Otros personalidades dignas de mención son el eclesiástico y escritor José Antonio Caunedo Cuenllas, nacido el 11 de mayo de 1725 en Villamor, lugar de la parroquia somedana de Las Morteras, que estudió en la Universidad de Oviedo y fue párroco de Santa Coloma (concejo de Allande), San Juan de Muñás (concejo de Valdés) y San Juan Bautista de Amandi (concejo de Villaviciosa), siendo el promotor de la restauración efectuada en el templo románico de esta última parroquia; fue autor de la obra Memorias sobre el manzano y fabricación de la sidra (Oviedo, 1799); falleció el 2 de marzo de 1802. Y, también, Felipe Peláez Caunedo, que nace en Caunedo el 17 de octubre de 1745; concluida la carrera eclesiástica, estudiada en la Universidad de Oviedo y en la de Valladolid, es nombrado profesor auxiliar de la de Clementinas en la última citada; en 1772 se le designa canónigo del cabildo de la Catedral de Oviedo y juez subdelegado de la Cruzada y Subsidio. Además fue vicario general de la diócesis. En 1787 es nombrado obispo de Lugo, cargo que desempeña hasta su muerte el 9 de julio de 1811.
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Concejo de Somiedo
Osos y urogallos, cinco valles, aldeas vaqueiras, raza asturiana de los valles, ‘cabanas de teito', un Pueblo Ejemplar —Villar de Vildas—, Parque Natural y Reserva de la Biosfera. Así es Somiedo, un modelo de conservación de la naturaleza.
Los concejos (municipios) que limitan con el Concejo de Somiedo son: Belmonte de Miranda, Cangas del Narcea, Teverga y Tineo. Cada uno de estos concejos (municipios) comparte fronteras geográficas con Somiedo, lo que implica que comparten límites territoriales y pueden tener interacciones políticas, sociales y económicas entre ellos.
Comarca del Camín Real de la Mesa
Fue el sueño de un Imperio, el romano, que ambicionaba las riquezas de la tierra y la bondad de sus gentes; es cruce de caminos —el de la Mesa, el de Santiago y la Senda del Oso—. Es el hogar de los osos pardos y Reserva de la Biosfera —la de las Ubiñas-La Mesa—.
La comarca está conformada por uno o varios concejos (municipios). En este caso: Belmonte de Miranda, Candamo, Grado, Las Regueras, Proaza, Quirós, Santo Adriano, Somiedo, Teverga y Yernes y Tameza. Los concejos representan las divisiones administrativas dentro de la comarca y son responsables de la gestión de los asuntos locales en cada municipio.
Conocer Asturias
«Villa marinera de Cudillero: Situado en la costa occidental de Asturias, Cudillero es uno de los pueblos pesqueros más pintorescos de la región. Sus casas de colores se extienden en forma de anfiteatro alrededor del puerto, creando una estampa única. Pasear por sus estrechas calles empedradas y disfrutar de la gastronomía local, especialmente los pescados y mariscos frescos, es una experiencia inolvidable.»
Resumen
Clasificación: Etnografía
Clase: El concejo
Tipo: Varios
Comunidad autónoma: Principado de Asturias
Provincia: Asturias
Municipio: Somiedo
Parroquia: Pola de Somiedo
Entidad: Pola de Somiedo
Zona: Occidente de Asturias
Situación: Montaña de Asturias
Comarca: Comarca del Camín Real de la Mesa
Dirección: Pola de Somiedo
Código postal: 33840
Web del municipio: Somiedo
E-mail: Oficina de turismo
E-mail: Ayuntamiento de Somiedo
Dirección
Dirección postal: 33840 › Pola de Somiedo • Pola de Somiedo › Somiedo › Asturias.
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